Alguien me habló del evangelio
y sin perder tiempo
me preguntó si yo aceptaba
a Cristo como mi Salvador.
Me emocioné hasta las lágrimas
y contesté que sí.
Semanas después
me bautizaron y extendieron
a mi nombre un papelito
que me acreditaba como miembro
de equis iglesia.
Todos aseguran que yo tengo
el Espíritu Santo
porque grito, danzo y lloro
hasta el cansancio.
Sin embargo, yo sigo siendo
igual: bastante socarrón, sordo,
ciego, hablador y la Palabra
me entra por una oreja
y me sale por otra.
No cambio, soy el mismo
de siempre y mis pecados
- al igual que al salmista -
están siempre delante de mí.
Les aseguro que ya me habría
dado un tiro en la cabeza
si no existiera ese papelito (diploma)
que cuelga en la pared
y que me acredita como
miembro
de equis iglesia.
lunes, 24 de septiembre de 2007
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